lunes, 3 de mayo de 2010

DÉJAME QUE RESTAÑE LAS HERIDAS

Déjame que restañe las heridas
y que limpie tus párpados manchados,
la sangre ya circula por tus venas
sin miedo de perderse entre tus labios.

Deseo que suspires dulcemente,
que tiembles como nunca hayas temblado,
y sientas las caricias y los beso,
y el tierno escalofrío de mi abrazo.

Es hora de que vuelvas a la vida
y marches por la misma paso a paso,
buscando entre los cielos a las nubes,
la ruta con su estela y con su faro.

Es hora de partir hacia el destino,
sin miedo del presente y del pasado,
un día llevarás hasta ese puerto
al rudo marinero con su barco.

Ya salen las estrellas en la noche
buscando muy coquetas su regalo,
el vals con esa música sublime,
el baile y su reflejo por el lago.

Los lirios y las rosas se detienen,
no duermen porque esperan un milagro,
esperan que tú pases y los tomes
y beses a sus pétalos sagrados.

Repica la campana de la torre,
resuena como un eco su badajo,
diciendo que las sombras ya nos velan,
y cubren a los cuerpos con su manto.

Por eso pierden fuerza las fogatas,
las luces temblorosas de los astros,
quizás porque en la noche tienen frío,
y apaguen sus linternas suspirando.

Mas creo que es la hora de tu marcha,
que salgas a la vida en tu pegaso,
que trotes por la tierra y por los cielos
y encuentres el abrazo deseado.

Es hora de partir, amada mía,
es hora de volar con el ocaso,
es hora de fundirse con la noche,
y es hora de dormirme entre tus brazos.

Rafael Sánchez Ortega ©
03/05/10

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